Uno de los temas actuales que interesa e involucra por partes iguales a fabricantes, proveedores y consumidores es el de la sustentabilidad. En el caso de los empaques y tintas para el envasado de alimentos, el asunto se vuelve controvertido, pues implica tareas pendientes todavía sin fecha de conclusión o realización.
En los últimos años, la mayoría de los alimentos que consumimos se han revestido de un elemento que es fundamental para posicionar un producto y, por consecuencia, a una marca: el empaque. Normalmente, en éste concurren varios elementos que vale la pena mencionar: el diseño, el material en que está elaborado y la funcionalidad. Todos están interrelacionados y buscan el mismo fin: atraer al consumidor desde antes de que pruebe o consuma el producto o, si ya lo conoce, satisfacer sus expectativas.Ahora bien, hay productos alimenticios en los que el empaque (incluso envolturas) no entra en contacto directo con ellos, tal es el caso, por mencionar algunos ejemplos, de las hojuelas de maíz o de alimentos preparados a base de soya; en ambos casos, llevan empaque (impreso, distintivo), pero el alimento está contenido en otro empaque, que puede ser una bolsa de plástico u otro material, normalmente sin impresión. Es decir, hay una barrera física entre el alimento y el empaque con impresión.
También hay productos en los que el empaque o algún elemento del contenedor del alimento lleva impresión de la marca, tal es el caso de la leche, yogures y hasta pozole en bolsa. Ahí la barrera física entre el alimento y la impresión es el mismo empaque (también de materiales diversos). Por supuesto, son empaques especialmente diseñados y fabricados para ese fin, que cumplen normas internas de calidad, pero no una normatividad específica.
En los Estados Unidos, la Fundación Nacional de Salubridad (NSF, por sus siglas en inglés) es un programa de pruebas independiente que obliga a las empresas a cumplir con normas estrictas y, a la vez, es una organización de certificación que asegura la conformidad de los productos para proteger al público. Cuando certifica un producto, el fabricante se somete a inspecciones periódicas sobre el terreno y el producto debe ser probado periódicamente con la versión más actual de la norma nacional aplicable. Si un producto no cumple con los criterios de certificación, se toman medidas para proteger al público, que incluyen el retiro de productos, la notificación pública y la revocación de la certificación. En nuestro país, no hay normas NSF o similares que regulen el uso de impresión en empaques para alimentos ni el de tintas comestibles. No obstante, muchos productos así elaborados tienen aprobación FDA e incluso certificación Kosher.
Al respecto, Miguel Bárcenas, de Deco Fácil, empresa que distribuye en México algunas tintas para “imágenes comestibles”, señala: “Las tintas contienen colorantes grado alimenticio aprobados por la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos. En el caso de las hojas comestibles, el bióxido de titanio (TiO2) también se considera colorante y se usa para darle más blancura a la hoja. En Europa, y más recientemente en Estados Unidos, se están dejando de usar colorantes sintéticos, como los señalados. Un ejemplo reciente es Dunkin Donuts. Sin embargo, considero que el uso de estos productos estará vigente y continuará siendo preponderante, tanto en el mundo desarrollado como en los países menos desarrollados, por lo menos diez años o más. Estas tendencias obedecen a la exigencia de los consumidores que prefieren ingredientes naturales en sus alimentos, más que a la supervisión o control institucional. A partir de esto, ya se ofrecen colorantes totalmente naturales, pero que desafortunadamente son mucho más caros, menos intensos y menos estables, es decir, de menor vida de anaquel.
“En México no hemos detectado esas tendencias, aunque me parece claro que son del conocimiento público, pero creo que falta mayor voluntad para exigir cambios. También cabe mencionar que la mayoría de los ingredientes artificiales, incluidos los colorantes, no se asocian de manera directa a efectos nocivos a la salud. Un caso claro es el consumo de bebidas gaseosas edulcoradas. México y Estados Unidos son de los mayores consumidores mundiales de los llamados ‘refrescos’ y apenas nos empezamos a preocupar por su efecto en enfermedades, como la diabetes. Los refrescos tienen mucha azúcar o jarabe de fructosa que, ingeridos de manera cotidiana, sí pueden incidir en sobrepeso y, por ello, en mayor riesgo de enfermedades. Me parece que ésta es una mayor preocupación del consumidor que el efecto de los colorantes. Por lo anterior, no veo que los colorantes artificiales vayan a dejar de usarse ampliamente”, indicó Bárcenas.
Respecto de la normatividad, en México hay un hueco en este campo que deja mucho a la ética, conciencia ecológica y profesionalismo de los fabricantes, sobre todo a diferencia de Europa y Estados Unidos, que al menos cuentan con lineamientos al respecto. En el Viejo Mundo, los empaques destinados a entrar en contacto con los alimentos deben cumplir los requisitos de la Norma (CE) No. 1935/2004, la cual exige que los empaques de alimentos no deben transferir materiales a los productos empacados en cantidades que den lugar a un cambio en la naturaleza, sustancia o calidad de los alimentos, y que los convierta en perjudiciales para la salud. Además, Suiza, más estricta, puso en marcha una ordenanza que deben cumplir las tintas empleadas en la impresión de empaques de alimentos y cuyo impacto se está sintiendo en toda Europa. En Estados Unidos el asunto se centra en las barreras físicas entre el alimento y su empaque, pero, en general, se siguen las pautas recomendadas para evitar daños al consumidor.
De un modo u otro, el tema de la sustentabilidad se posiciona en el centro de la atención para los actores ya mencionados, pues no sólo se trata de ofrecer un producto intrínsecamente de calidad, sino que también debe cumplir con ciertas características mercadotécnicas y, cada vez más, con una serie de exigencias normativas y sociales acerca de evitar daños a la salud del consumidor y reducir la huella ecológica que implica llevar el producto al mercado.
En este sentido, los empaques (y las tintas empleadas en su impresión) se convierten en el principal factor exponente de un producto ante el consumidor, pero también en la muestra tangible del interés de la marca por evitar que los materiales que intervienen en la impresión de sus empaques migren hacia el alimento y reducir simultáneamente su impacto ambiental.
Cuestionado sobre el tema, Leopoldo Bravo, gerente de Ventas de Durst Latinoamérica, comentó: “Realmente, el tema de las tintas certificadas para envase de alimentos viene desde siempre en la industria de la impresión offset como tal. En la industria digital específicamente, en la que nosotros estamos, que es Inkjet UV, es una novedad porque el UV, al ser un polímero, no puede ser certificado por instancias como la FDA, por ejemplo, ni ser utilizado para envasar alimentos en primer grado, es por eso que se está migrando a tintas base agua.
“Acercarse al usuario final para generar conciencia creo que es un tema más complicado, ya que es el eslabón débil en la cadena productiva en cuanto a conocimientos de impresión. Pero aquí no es el punto si el usuario demanda que el producto venga empacado o no con conciencia ecológica, más bien los fabricantes de las marcas deberían tener un control mucho más estricto sobre los impresores de lo que se está entregando para envasar sus productos.
A su vez, Angélica Cardoso, analista de laboratorio del Instituto Mexicano de Profesionales en Empaque y Embalaje (IMPEE), señaló, respecto de la normatividad: “Hasta donde sé, normativa en cuanto al uso de tintas empleadas en los empaques de alimentos no existe tal cual, se hacen las recomendaciones para revisar la compatibilidad, en este caso, que sean de baja migración o nula para evitar alguna alteración en el producto, sobre todo en el alimento, que es muy delicado, pero no hay la norma mexicana que diga qué se puede usar o qué no.
“Acerca de la calidad de los materiales de los empaques, en lo personal y en lo que me ha tocado ver en el IMPEE, considero que sí hay buenos procesos y materiales. Un buen ejemplo de eso es que mucha de la materia prima utilizada para empaques es nacional, no necesitamos traerlos de otros lados. Por eso, en mi opinión, diría que sí se está haciendo un buen trabajo en México en ese aspecto, tanto de impresión como de producción.
“Sin embargo, el seguimiento de la vida útil del empaque es parte de la misma cadena y tendría que realizarlo de algún modo la empresa que lo está produciendo, al menos con indicaciones al consumidor, como el manejo adecuado de esos materiales, para que lo haga de la forma más favorable para el medio ambiente, pero muchas empresas no lo hacen.
“Por ejemplo, una empresa desarrolla un nuevo envase y lo lleva a concursos, lo premian, y eso es algo bueno que beneficia al consumidor y al medio ambiente, pero no le da seguimiento más allá, quizás ese material sea oxodegradable, es decir, que requiere oxígeno para degradarse, entonces, si se elimina junto con otros materiales y se lleva al relleno sanitario, donde estará carente de oxígeno, se le sigue tratando como al resto de la basura.
“Ésta es una buena área para desarrollar, no solamente en la parte de tintas para empaques hay mucho que hacer, sino en cómo se aplica en todo el proceso de impresión, por ejemplo, si pudiésemos desarrollar un método que utilice menos agua o menos solventes, o como en el caso de las impresoras verdes, que es una nueva tendencia, las cuales imprimen letras microperforadas, esto ahorra tinta y cartuchos, pero también en lo que viene atrás en la cadena de suministro para hacer esas tintas, pues se reduce la huella de carbono y el uso de agua.
“Sería genial si algo de esto se implementara en la industria alimentaria, ya que podríamos tener un parteaguas importante en beneficio del consumidor y en el cuidado del ambiente. Pero esto no es nada fácil, pues no hay mucha promoción para este tipo de tecnología dentro de la industria, a lo mejor por las complicaciones implícitas en la introducción de un nuevo sistema y el tiempo necesario para su implementación”, concluyó Cardoso.